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UN LIENZO PARA EL DIÁLOGO, EL ARTE EN CHINA

Por María García Toledano

Publicado el 24/07/2024





Estamos continuamente rodeados de aserciones categóricas y preceptos con pretensiones universalistas como la Justicia, el Amor, los Derechos Humanos o la Elegancia. Como si todas ellas fuesen perfectamente cognoscibles y unificables en una sucinta acepción en el diccionario. Esta concisión forma parte de una narrativa eurocentrista que ha optado por unificar todas las respuestas de la alteridad en una humilde segunda opinión, cuando no ha acabado con todas ellas de raíz. Esto no es sino una representación práctica del orientalismo. Indispensable en el paradigma del pensamiento mal llamado occidental, el orientalismo es el hijo preferido del imperialismo. De este modo, la alteridad también puede conocerse como Oriente, Cercano o Lejano, y la mirada que la disecciona se ha aceptado como principio rector de nuestra realidad, sin divergencias.

 

No apuntaremos de nuevo, con sorpresa, al emerger de China desde finales de siglo XX como superpotencia, pues es un hecho innegable. Más bien, intentaremos acudir a los años en los que colisiona frontalmente con la Modernidad, en los que las narrativas eurocéntricas se expanden a lo largo y ancho del río Amarillo, como diría un orientalista. No obstante y como de narrativas diversas se trata, abordaremos esta crisis desde la Historia del Arte china, por ser más ilustrativa y aún desconocida en España. Debemos comenzar recalcando que hablar de Arte como si de otra categoría universal se tratase es caer de nuevo en nuestra cosmovisión. El Arte como hiperónimo de Pintura, Escultura y Arquitectura no es una categoría aplicable en contextos no euro-norteamericanos. La arquitectura no tuvo jamás la concepción de arte en China, donde la caligrafía gozaba en cambio de una centralidad incomparable con la tríada de artes mayores occidentales. También surgen otros problemas con la categorización del Arte, como que este concepto es deudor de la teoría estética de la creación espontánea del artista, como mucho azuzado por su mecenas. En China, la creación de piezas artísticas tiene que ver con la recepción de la obra: en un primer lugar con la celebración de ritos funerarios y la devoción a los antepasados, posteriormente también a deidades –particularmente en el culto budista–, también destaca la creación por encargo de mecenas, sobre todo en la corte, donde muchos de los notables eran también artistas y participaban mediante el intercambio de sus obras en una imbricada red política de favores, y, desde la dinastía Song con el desarrollo de la economía de mercado, la creación artística para un mayor público consumidor. Otro de los pilares el Arte occidental es la figura del artista, o del genio-artista, que salvo por el ideal de caballero amateur de corte, ducho en pintura y poesía, no encuentra arraigo en China, donde los artistas son durante la mayor parte de la Historia anónimos o pertenecientes a una suerte de gremio artesano.

 

Estas son tan solo unas nociones básicas que explican la errónea conceptualización de la Historia del Arte china, que necesita una previa introducción que matice la noción de Arte, en primer lugar; la inclusión de la perspectiva estética local china, y un enfoque que recoja las distintas categorías del arte, indisociable a su recepción y exposición. Pudiera parecer baladí, molesto incluso, pero resulta llamativo el vacío cultural en lo que a Arte chino respecta por parte de los estudios orientalistas, dando la apariencia de que esta orfandad artística es un rasgo más de barbarismo oriental, de una potencia comercial subdesarrolla en lo que a buen estilo y refinamiento se refiere. Esta perspectiva ningunea el importante flujo artístico entre Europa y China mediante la Ruta de la Seda, el hecho de que las manufacturas chinas, como los lacados, tallas de jade, bordados de seda o porcelanas, muy apreciadas en China, también lo fueron en cortes como la de Isabel de Farnesio. Además, entender la relación que el arte chino tiene con los avatares políticos hace muchísimo más sustancioso el estudio del propio


país en su dimensión cultural, necesario para un diálogo bilateral y digno entre países que deben superar obsoletas dinámicas que retrasan su potencial amistad.



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