Suma y sigue
El nuevo orden mundial se parece más al desorden.
Por Julio Ceballos*
Vivimos un turbulento cambio de ciclo que va a dar paso a un paradigma cada vez menos global y a una multipolaridad enmarañada, compleja y desordenada. El nuevo orden mundial se parece más al desorden. Pero, ¿qué consecuencias va a deparar a largo plazo la agresión rusa a Ucrania? ¿Es acaso un punto de inflexión histórico? Podría argumentarse que todo acontecimiento histórico de cierta envergadura lo es. El problema es que, en el corto transcurso de nuestras vidas, prácticamente cualquier acontecimiento de relieve nos parece importante al no disponer de suficiente perspectiva histórica para valorarlo.
Muchos son los analistas que se afanan estos días en proyectar las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania y el impacto que va a tener en una economía mundial ya muy debilitada por una crisis pandémica de la que aún no hemos salido. Sin embargo, cuando hablamos de “normalidad” para referirnos al sistema económico global previo a la pandemia, debemos ser muy conscientes de que aquello tenía (tiene aún) muy poco de normal y de sostenible. La logística mundial era (es) un mecanismo de precisión en equilibrio permanentemente precario. La disrupción en la cadena de suministro provocada por la pandemia, acentuada después por la crisis de capacidad logística, los cuellos de botella subsiguientes en el suministro de chips, el posterior aumento de la factura eléctrica por la implementación de las medidas de transición energética y, ahora, la inflación persistente en la energía y multitud de otras partidas afectadas por la guerra de Ucrania, componen las cartas de un castillo de naipes que, era fácil prever, se desmoronaría antes y después. A esto hay que añadir, además, las estrictas medidas de control de la pandemia que implementa ahora China. La guinda del pastel. La tormenta perfecta. Suma y sigue.
Dice Larry Fink, un tipo excepcionalmente bien informado y CEO de la gestora de inversión americana Blackrock, que con la guerra de Ucrania se acaba el modelo de globalización del que hemos venido disfrutando las últimas 4 décadas. No parece, sin embargo, que esta “ruptura” pretenda (ni siquiera pueda permitirse) ser rápida o total. Ambos “mundos” están irremediablemente conectados. McDonalds o Volkswagen van a seguir operando en China. Por su parte, Huawei y Alibaba van a seguir abriendo nuevos mercados en Occidente. Todo parecido…pero ya nunca más igual. Aunque el término más adecuado para calificar este fenómeno no sea el de “desglobalización”, lo cierto es que el mundo, lejos de integrarse, se regionaliza y polariza a pasos agigantados. La urdimbre que nos mantenía a todos unidos -Internet, las cadenas de suministro y las políticas globales acordadas en la sede de organismos multilaterales-, parece deshilacharse.
Antes incluso de que se desatara la pandemia, Donald Trump emprendió una guerra comercial contra China que tenía como objeto, precisamente, acelerar el desacople entre ambas economías. Tras el Covid-19 (y ahora la guerra rusa), tanto EE.UU como China dan pasos cada vez más decididos hacia la autosuficiencia y la autonomía estratégica en sectores sensibles de los que depende su economía (como el de los semiconductores, IA, aeronáutico, biotecnológico o energético). Por su parte, China lleva, desde hace más de una década, haciendo lo propio, a través de la Nueva Ruta de la Seda, el plan Made In China 2025 o la economía de circulación dual. Las sanciones de Occidente a Rusia son un buen acicate para acelerar los planes de Pekín de independencia del mundo occidental pues, intuyen, los próximos castigados por sanciones parecidas probablemente sean ellos.
Aunque, aparentemente, la guerra en Europa y los confinamientos intermitentes de ciudades chinas no parezcan tener relación alguna, ambos hechos vienen a acelerar un cambio de ciclo geopolítico y la división del planeta en dos mundos muy interdependientes pero crecientemente estancos y con rumbos cada vez más opuestos: uno en dirección a Washington DC, liderando un orden mundial en declive. Otro en dirección a Pekín, capital de la superpotencia emergente. En ese nuevo paradigma cada “esfera” dispondrá de herramientas, estándares, soluciones tecnológicas, sistemas monetarios, financieros y normas diferentes, cada vez más autónomas, que no siempre serán compatibles o complementarias entre sí. Occidente los suyos y China los propios. El resto del mundo (España incluida) irá gravitando, lenta pero inexorablemente, hacia la órbita de uno de los dos bloques. Cada cual tendrá que ir tocando de oído y gestionando con cautela, prudencia y mucha diplomacia el dilema entre necesidad, afinidad y lealtad a uno u otro “bloque”. Mientras tanto, por si acaso, los misiles de uno y otro bando se apuntarán recíprocamente en una amenaza latente que asegure la no agresión mutua gracias a la garantía de destrucción total recíproca. Primero paz (nuclear) y después gloria.
*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.
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