La decadencia del dólar y el dificultoso camino hacia un nuevo orden financiero mundial
Actualizado: 16 ene
Por Christian Careaga*
Publicado el 10/05/2023
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods de 1944 situaron al dólar estadounidense como primera divisa del comercio y de las finanzas internacionales. Con el paso del tiempo, el dólar se convirtió en la principal divisa de reserva de los bancos centrales del mundo entero. Hecho que se consolidó en 1967, tras la Guerra de los Seis Días, con la creación de los petrodólares, un dólar internacional fuertemente asociado a las transacciones y reservas del oro negro.
Esta posición privilegiada de los EE.UU. en los mercados financieros mundiales se reforzó aún más con el desarrollo del sistema de pagos internacional llamado Swift, un código alfanumérico para identificar las transferencias internacionales fundado en Bélgica en 1973 como una sociedad cooperativa de 3.500 entidades financieras.
Las guerras militares, comerciales, tecnológicas, financieras y de otra índole que se están dando en el siglo XXI, desde los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, no hacen más que servir de base para que multitud de naciones independientes -sea en Asia, América Latina, África o Europa- deseen zafarse del control político y económico ejercido por el gobierno de los EE.UU., en busca de un orden multipolar.
Tras la crisis de Lehman Brothers de 2008 y de los serios impactos de la política monetaria estadounidense sobre las economías de otros estados, empezó a ponerse en duda si el modelo financiero mundial era el más adecuado a nivel global. Si a la crisis de la burbuja inmobiliaria norteamericana -con su consiguiente repercusión sobre las hipotecas subprime- añadimos el tremendo impacto de la pandemia del covid sobre el endeudamiento global y la economía en general, a lo largo y ancho del planeta; no es de extrañar que tanta incertidumbre e intereses opuestos hayan dado lugar a multitud de medidas protectoras, como por ejemplo aquellas encaminadas a controlar la inflación, defender los puestos de trabajo locales o a asegurarse los suministros necesarios para evitar disrupciones en la producción industrial nacional.
La hegemonía estadounidense viene afrontando un declive desde que Nixon anunciara el fin del patrón-oro en el verano de 1971. Cincuenta años más tarde, el gigante económico americano ya no es lo que antaño fuera y para mantenerse en su pedestal ha ido utilizando cualquier medio a su alcance, sean sanciones, bloqueos, sabotajes, golpes de estado… lo cual ha exacerbado una antipatía hacia la manera en que se está practicando la gestión del actual orden mundial.
En general, de mal en peor…
Tanto Naciones Unidas como el G-7 han dejado de considerarse como foros adecuados para gestionar institucionalmente los problemas del mundo. La primera, por su escasa representatividad e insuficientes recursos puestos a su alcance por los países miembros. Por otra parte, el G-7 tiene una limitada misión a escala mundial, porque sólo siete países occidentales se han arrogado desde 1975 un papel de gestores del planeta que no les corresponde.
En mi opinión, es el G-20 -fundado en 1999- el foro internacional que mejor podría servir de germen para crear una institución de peso mundial en donde debatir los retos y anhelos de la humanidad. Sin embargo, nos encontramos con la aparición de los BRICS, una asociación de países emergentes creada en 2009 con el fin de promover unas relaciones políticas y económicas entre países emergentes dispuestos a defender sus intereses frente a las principales naciones de corte occidental.
A partir de 2020 la situación económica mundial no mejora. La búsqueda de un nuevo orden mundial no ha hecho más que acelerarse a partir del conflicto militar en Ucrania. No es esta confrontación una guerra proxy más, sino que se ha convertido en el catalizador de una revisión completa de las estructuras sobre las que se basan las actuales relaciones internacionales entre estados.
Uno de los principales temas de debate en este último año en los BRICS ha sido el de la creación de una nueva divisa, la cual podría introducirse en el sistema financiero mundial de forma similar a como sucedió con el euro a finales de la década de los noventa del siglo pasado. En este caso, varios países miembros del grupo BRICS podrían crear un banco central con competencias similares a las del Banco Central Europeo. Cabe recordar que a la Unión Europea le llevó en torno a una década el poder disponer del ecu y después del euro, moneda aceptada y utilizada a escala europea e internacional.
Seguramente las economías BRICS encuentren más dificultades para armonizar sus sistemas financieros internacionales que las que hubo en Europa, pero tienen la ventaja de poder estudiar y conocer cómo fue la valiente historia europea de la creación de un euro que fortaleciera las relaciones comerciales en el Mercado Único y diera al Viejo Continente una sensación de unidad y prestigio. Evidentemente, no todos los objetivos iniciales se consiguieron e incluso el Reino Unido se dio de baja en 2020 del club europeo sin nunca llegar a adoptar el euro.
Líderes en una cumbre del BRICS
De momento, los BRICS superan ya al grupo del G-7 en PIB calculado en términos de paridad del poder adquisitivo. Es probable que, hacia el verano de este año, en la cumbre de Sudáfrica, se plantee la entrada de nuevos aspirantes a ser miembros de los BRICS. Suenan como posibles candidatos a la incorporación naciones como Arabia Saudí, Argentina, Turquía, Egipto, Túnez e Irán.
Si el Reino de Arabia Saudí, una monarquía absoluta, entrara este año a formar parte de este grupo de países de gran potencial económico, es indudable que la utilización del dólar en los mercados de divisas internacionales sufriría un fuerte revés, dado que el comercio del crudo y de otras materias primas se negociaría con más intensidad en otras monedas, como el yuan, el rublo o la rupia. Digamos que estamos ante las puertas de la creación de una nueva divisa, centrada o anclada en el yuan chino –como lo estuvo el euro alrededor del marco alemán- la cual se empleará en unos años como una moneda aceptable de cambio y de reserva a escala mundial.
Los nuevos métodos de pago han nacido de la necesidad: por razones de seguridad, agilidad y de reducción de costes en las transferencias transfronterizas. Actualmente ya existen alternativas al código identificador de entidades y sucursales bancarias denominado Swift/BIC, como son el SPFS ruso o el CIPS chino, aunque éstos no sean tan potentes. Están además los códigos de cuentas corrientes como son el IBAN europeo para euros. Evidentemente, el sistema de transferencias Swift no sería tan empleado como hasta ahora para el pago de estas transacciones comerciales, así como para las posibles transferencias de capitales encaminadas a la inversión directa en el extranjero.
De lo comentado anteriormente, no debe de sacarse la conclusión de que el camino que queda por delante va a ser sencillo y sin obstáculos. La estabilidad del sistema financiero internacional se nutre de la estabilidad política y social mundial, elemento que brilla hoy en día por su ausencia. Si ésta fuera sana y esperanzadora, los cambios se sucederían pacíficamente, pero basta una crisis comercial, una quiebra relevante en el endeudamiento mundial, una burbuja inmobiliaria incontrolada o tensiones de políticas monetarias entre bancos centrales para que las actuales previsiones se incumplan.
Más bien, podemos vislumbrar que ocurra lo inesperado, pues varias naciones de corte anglosajón encabezan un movimiento para envolver a China en la región del Indo-Pacífico, como enemigo a batir. Se oye en lontananza el trueno lejano…
La estrategia de los EE.UU. de pertrechar militarmente
a la primera cadena de archipiélagos ante la costa oriental de Asia
Tanto China como los EE.UU. se están rearmando y situando más bases y tropas por las islas y archipiélagos del litoral oriental asiático. Añádanse además las diversas naciones de las alianzas Aukus (Australia-Reino Unido-EE.UU.), Cinco Ojos (espionaje fuera de las normas políticas clásicas con presencia de Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido y EE.UU.) y Quad (Australia, India, Japón y EE.UU.) y queda claro que estamos a las puertas de un posible conflicto por la hegemonía mundial de consecuencias gigantescas e insondables.
Según se vislumbra en el no tan lejano horizonte, el futuro de las finanzas mundiales está principalmente supeditado a los posibles conflictos que puedan suceder en torno al dominio territorial de la isla de Taiwán, la cual podría ser gravemente destruida si las esperadas sucesivas contiendas bélicas para dominar el territorio taiwanés fuesen muy agresivas.
Muchos países vecinos saldrían muy perjudicados de dicha confrontación e incluso naciones bien alejadas del Mar Meridional de China también se verían seriamente afectadas por lo que vaya a ocurrir en las próximas dos décadas en este punto caliente asiático, elegido por las actuales superpotencias como campo de batalla en donde dirimir el poder hegemónico mundial.
*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.
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