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Ko.yaa.nis.qatsi

Por Julio Ceballos*


Publicado el 10/01/2024


China está apostando por sobrevivir en un sistema mundial sin orden aparente

 


En la lengua de los indios hopi, de la costa oeste norteamericana, el tiempo es algo relativo que no puede cuantificarse de manera ordinal. El idioma hopi puede hablar de “tres árboles” o “cinco caballos”, pues esos elementos existen en la realidad física, pero no puede referirse a “dos lunas” o “tres días” porque físicamente esos conceptos no pueden darse juntos. En esta lógica, los hopi no expresan conceptos subjetivos tales como pasado, presente o futuro ni la duración temporal de los acontecimientos. Puesto que el lenguaje estructura el pensamiento, esta limitación gramatical hace que los hopi se refieran a lo “no acontecido” en términos irreales, potenciales o eventuales. Es decir, el futuro está anclado a meros deseos y esperanzas, pues nada que no suceda en el presente es, para los hopi, cierto ni completamente real. En parecido sentido escribía, hace ya mil años, el poeta persa Omar Khayyam: “Del pasado y futuro no te ocupes, y goza del presente, que es cierto.” Pese a estas sabias advertencias, hoy los humanos vivimos con los ojos puestos en el futuro, aunque siga siendo este un lugar tanto o más incierto que hace un milenio, cuando se escribían las Rubayiat.

 

Megacrisis, permacrisis, omnicrisis, policrisis o metacrisis…quien hoy enciende la televisión, la radio o se deja arrastrar por la corriente de sombríos augurios que mana incesante de las redes sociales, puede concluir que vivimos en la época más peligrosa de la historia humana y que las amenazas que penden sobre nuestra especie (y muchas otras) son mayores que las posibilidades que se nos ofrecen para sortearlas. Encuentran terreno fértil muchos vaticinios de los Nostradamus contemporáneos pues, efectivamente, abundan hoy los desafíos que enfrenta la Humanidad. Tal vez los cinco mayores peligros singulares que se ciernen en el horizonte de nuestra existencia sean los representados por el calentamiento global extremo, los patógenos manipulados, la carrera armamentística, la sobrepoblación y una inteligencia artificial general desalineada de los intereses humanos y sus principios éticos. Otras causas “menores” de un posible colapso civilizatorio son el agotamiento de los combustibles fósiles, la emisión del metano depositado en el fondo de los océanos, la fractura del contrato social o la liquidación de la clase media, que conduce al vaciamiento de la centralidad en el espectro político. No es moco de pavo.

 

Sin embargo, los hechos son tozudos: no vivimos en el mejor de los mundos posibles pero, en toda su imperfección y pese al evidente margen de mejora, multitud de aspectos cruciales están mejorando mucho globalmente. El pensador Steven Pinker insiste en que, aunque hay mucho que no funciona, a todas luces el vaso está medio lleno. La inmensa mayoría de quienes hoy habitamos el planeta tenemos mejores condiciones de vida, mayores comodidades materiales y un bienestar físico sustancialmente mayor a aquel del que disfrutaron figuras históricas de relieve como Cleopatra, Felipe II, Napoleón o la mismísima Reina Victoria de Inglaterra que, en toda su grandeza y poder, no tenían acceso a la higiene, sanidad, educación, información, entretenimiento ni medios de transporte al alcance de la clase media global actual. En lo que llevamos de siglo XXI, la pobreza extrema, el hambre, la mortalidad infantil y materna, las tasas de infecciones parasitarias y las tasas de trabajo infantil disminuyen sistemáticamente en todo el mundo, mientras globalmente aumentan la esperanza de vida -especialmente en países pobres de África y Asia-, la tasa de alfabetización, el acceso a agua potable, atención sanitaria primaria, internet o la potencia eléctrica generada por renovables.

 

Pese a las bien fundadas razones de los optimistas, parece indudable que este mundo en continua transformación nos obliga a revisar dogmas y supuestas certezas continuamente, reconsiderando nuestras narrativas y los paradigmas sobre los que estas se cimentan. Quedarnos atrapados en relatos obsoletos nos impide mirar a la realidad tal y como es, en vez de cómo nos gustaría que fuese. Precisamente, la frase "cambios nunca vistos en un siglo" se ha convertido en uno de los lemas favoritos del presidente chino Xi JinPing y, con ella, sintetiza la manera que tiene la China actual (y buena parte de las potencias demográficas emergentes) de mirar el mundo. Cuestionando la narrativa occidental basada en la idea de un orden democrático liberal sostenido en el tiempo, China plantea un escenario disruptivo y contraintuitivo. Como sugiere el analista Mark Leonard, “en lugar de tratar de salvar el sistema actual, Pekín se está preparando para su fracaso”. Así, lejos de querer reemplazar el orden mundial vigente con una hegemonía a la “pax americana”, China está apostando por sobrevivir y triunfar en un sistema mundial descabezado, asimétrico, fragmentado, multipolar y sin orden aparente. En realidad, este desorden no es nuevo (pues el mundo siempre fue un lugar caótico) y el supuesto orden sólo ha sido realmente mundial en los últimos 40 años. De nuevo, aquí, los indios hopi nos dan la clave. En su lengua existe un término que define este estado de desequilibrio, de orden en desintegración y de mundo en turbulencia: Ko.yaa.nis.qatsi. Hacia allí nos dirigimos.



*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.

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