China en el mundo actual
Por Juan Ignacio Palacio Morena*
Artículo publicado el 13/09/2023
1. El peso relativo de China en los flujos económicos mundiales
China se ha convertido en un actor fundamental de las relaciones económicas a escala mundial. Medio siglo atrás era una economía que prácticamente no contaba en el concierto internacional. Su débil economía interna carecía prácticamente de proyección hacia el exterior. Como es bien sabido en la actualidad los flujos de bienes y servicios, así como las inversiones y flujos financieros procedentes o con destino en China, tienen un peso muy importante en la economía mundial. En el gráfico 1 se observa la previsión de que los flujos comerciales de China con Estados Unidos y la Unión Europea casi se dupliquen en el periodo 2012-2030, mientras que los existentes entre Estados Unidos y la Unión Europea crezcan mucho menos. Ciertamente estas previsiones pueden verse alteradas, fundamentalmente, por la guerra en Ucrania. De hecho, en 2022 se aprecia un freno en el ritmo de crecimiento de los flujos comerciales de China debido a las medidas proteccionistas que se han ido imponiendo tanto desde Estados Unidos y la Unión Europea, como desde China en respuesta a las de los primeros. No obstante, los últimos datos disponibles indican que dichos flujos continúan aumentando, aunque sea con menor intensidad.
Gráfico 1: Flujos comerciales bilaterales y peso de las tres potencias económicas en el PIB mundial
Fuente: Informe del Center for European Policy Studies (CEPS) para el European Strategy and Policy Analysis System (ESPAS), 2015, tomado de: Tendencias mundiales hasta 2030: ¿puede la Unión Europea hacer frente a los retos que tiene por delante?, Oficina de Publicaciones de la Unión Europea, Luxemburgo, 2016, p. 29.
Todavía subsiste en buena parte del mundo occidental la idea de que China basa su exportación en productos de bajo valor añadido. Sin embargo, desde décadas atrás el peso de las exportaciones de alta tecnología es muy alto (cuadro 1). Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) son con gran diferencia los mayores exportadores de productos de alta tecnología. China por sí sola supera la suma de las exportaciones de América del Norte y de la Unión Europea. También es superior en China el porcentaje de dichas exportaciones respecto al total de productos manufacturados, doblando el de la Unión Europea y superando en diez puntos porcentuales a Estados Unidos
Cuadro 1: Exportaciones de productos de alta tecnología (US$ a precios actuales)
Se entiende por productos de alta tecnología los altamente intensivos en investigación y desarrollo, como son los productos de las industrias aeroespacial, informática, farmacéutica, de instrumentos científicos y de maquinaria eléctrica.
* No existen datos de Sudafrica para este año y en consecuencia no está incluida en los datos de BRICS
Fuente: Trade Data Monitor
También los flujos de comercio exterior de bienes intermedios, tanto de exportaciones como de importaciones, de los BRICS y de China en particular suponen una parte muy importante del total a escala mundial. Aunque en este caso la Unión Europea representa un porcentaje superior, es significativo que mientras que el peso de los BRICS se ha incrementado, el de la Unión Europea y Estados Unidos se ha reducido.
Cuadro 2: Comercio exterior de bienes intermedios (% respecto al total mundial)
Los bienes intermedios son insumos utilizados en la fabricación de un producto final. Abarcan desde los cultivos utilizados para producir alimentos hasta los textiles y metales necesarios para fabricar productos.
Fuente: Trade Data Monitor (elaboración propia calculando el porcentaje sobre el total de exportaciones e importaciones de bienes intermedios a escala mundial)
En el caso de los flujos de inversión directa, aunque China ocupa igualmente un lugar destacado, es Estados Unidos el que lidera tanto la recepción como la emisión (gráficos 2 y 3). No obstante, en 2022 hay una fuerte caída de las inversiones de otros países en Estados Unidos, incrementándose ligeramente las que se hacen en China continental al contrario que en Hong Kong donde retroceden. Destacan también Brasil e India, que forman parte del grupo de los BRICS.
En cuanto a las inversiones en el exterior parece haber habido una reacción del mundo occidental, vinculada fundamentalmente a la guerra en Ucrania y sus efectos, incrementando sus inversiones. China, por el contrario, las ha reducido ligeramente, siendo adelantada por Japón en 2022. Destacan los fuertes incrementos de Australia y a otra escala de España. Las medidas proteccionistas del mundo occidental respecto a China han frenado, al menos momentáneamente, la inversión de China en el exterior. También se ha reducido a los demás países de los BRICS, con la excepción de Brasil que ha tenido un ligero aumento.
Gráfico 2:Flujos de inversión extranjera directa de las 20 principales economías receptoras, 2021-2022 (miles de millones de dólares).
Fuente: UNCTAD, FDI/MNE database (https://unctad.org/fdistatistics). Tomado de World Investment Report 2023, United Nations, Geneva, 2023.
Gráfico 3:Flujos de inversión extranjera directa de las 20 principales economías emisoras, 2021-2022 (miles de millones de dólares)
Fuente: UNCTAD, FDI/MNE database (https://unctad.org/fdistatistics). Tomado de World Investment Report 2023, United Nations, Geneva, 2023.
Las cifras de flujos comerciales y de inversión no dejan lugar a dudas de que, a pesar del freno que se ha producido en la integración económica mundial durante la pandemia y posteriormente con el conflicto bélico en Ucrania, resulta imposible prescindir de los bienes y capitales de otros países. Tratar de contener el avance de China mediante restricciones proteccionistas acaba siendo perjudicial para todos, además de ser ineficaz a medio y largo plazo.
2. La capacidad competitiva de China
El enfrentamiento occidental con China, liderado por Estado Unidos, muestra más las debilidades de Occidente que una amenaza de China. Aunque algunos hablan de globalización refiriéndose a pasadas épocas en que se produjeron importantes flujos comerciales en el mundo, la globalización es un fenómeno nuevo. Implica no tanto una aceleración y extensión de los intercambios comerciales a escala internacional, ni de los movimientos de capital y transferencia de tecnología, como la integración del propio proceso productivo a escala planetaria. De ahí que en la competencia en los mercados lo decisivo no es el coste de producción de cada lugar, como cuando lo que se desplazaban eran simplemente mercancías entre países (internacionalización). Tampoco lo es tener tan solo el control de la tecnología asociado a los desplazamientos de capital productivo (transnacionalización). Lo esencial en la globalización es el conocimiento científico y el dominio de la información que permite liderar las cadenas de valor obteniendo una cuota mayor de valor añadido.
China ha ido acumulando conocimiento, principalmente desde la década de 1980 en que bajo el mandato de Deng Xiaoping se opta decididamente por la apertura al exterior. Se apoya en los pasos precedentes ya establecidos por Zhou Enlai en 1963, con las denominadas “Cuatro Modernizaciones” (agricultura, industria, defensa nacional y ciencia y tecnología), que el propio Den Xiaoping impulsó a partir de 1977. La clave de ese impulso era conseguir los conocimientos científico-tecnológicos ya existentes en el mundo, en paralelo a un esfuerzo interno de inversión en innovación propia, el conocido trío I+D+i (Investigación, Desarrollo tecnológico e innovación). Eso requería favorecer la integración de China en el sistema económico mundial, liberalizando el comercio y la inversión de y al exterior. Un paso decisivo en ese sentido fue la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio en diciembre de 2001.
China inicia su proceso de apertura en un momento de crisis económica mundial que había llevado a la quiebra de uno de las bases fundamentales del sistema monetario internacional fijado en Bretton Woods, como era el mantenimiento de la paridad fija entre el dólar y el oro. Al declarar Richard Nixon la inconvertibilidad del dólar en oro el 15 de agosto de 1971 el sistema monetario internacional y, derivadamente, el papel hegemónico de Estado Unidos empezaron a resquebrajarse.
La subida de los precios del petróleo en 1973, entonces en manos fundamentalmente de las grandes compañías petroleras anglosajonas, conocidas como las “Siete Hermanas” (Exxon, Mobil, Chevron, Gulf Oil, Texaco, Shell y British Petroleum), fue en gran medida una reacción defensiva de Estados Unidos. Este hecho provocó importantes tensiones inflacionistas en todo el mundo. No obstante, ese acabó siendo un paso más en la debilitación de Estados Unidos como potencia económica al producirse una respuesta de los grandes países productores de petróleo organizados en la OPEP. Éstos nacionalizaron las explotaciones petrolíferas y dieron paso a la aparición de las que se han denominado las nuevas “Siete Hermanas” (Aramco, CNPC, Gazprom, NIOC, PDVSA, Petrobras, Petronas). Así, a través del petróleo, se abren paso en la economía mundial, no sólo los países productores de la OPEP, sino sobre todo los que eran sedes de esas nuevas grandes empresas, Arabia Saudí, China, Rusia, Irán, Venezuela, Brasil y Malasia.
A partir de la década de 1980 China favorece la entrada de capital extranjero en su país y liberaliza progresivamente su economía. Ahora bien, consciente de que la apertura al exterior requiere un esfuerzo paralelo de innovación propia impulsa decisivamente la investigación y la acumulación de conocimientos. Para ello atrae capital y tecnología extranjera hacia su país, con la única condición de irse dotando del conocimiento que subyace a las mejoras tecnológicas; y propicia la incorporación de estudiantes y científicos chinos a universidades y centros de investigación extranjeros con objeto de que adquieran conocimientos y regresen al país para impulsar la I+D en China.
Los países que al abrirse al exterior no hacen un esfuerzo paralelo de innovación propia, tienden a generar desequilibrios estructurales que limitan su crecimiento. La transferencia de tecnología mediante la importación resulta sin duda beneficiosa al contribuir a aumentar el PIB. Sin embargo, como advirtió Machovec (1995), "sin instituciones competitivas para difundir nuevos métodos y guiar la adaptación al cambio, la importación de tecnología será un error costoso". Cuando se liberaliza la economía sin incentivar la innovación propia mediante una mayor competencia en el mercado interior, tarde o temprano acaban apareciendo déficits recurrentes en la balanza de pagos que debilitan la moneda nacional, tensiones inflacionistas y aumento del desempleo; y derivadamente crecen las desigualdades y se producen importantes fluctuaciones en la senda de crecimiento.
La estrategia liberalizadora de China ha logrado mantener superávits en su balanza de pagos, generar empleo de creciente calidad y un crecimiento sostenido. Ciertamente el Estado ha desempeñado un papel decisivo impulsando la inversión en I+D, al tiempo que una mejora del conjunto del sistema educativo. En todo caso, la innovación y el emprendimiento no se sostienen sin que la regulación de los mercados tienda a favorecer cada vez más la competencia. Es la competencia en los mercados la que genera incentivos para seguir mejorando (innovando).
El fracaso del sistema de la antigua Unión Soviética o de experiencias como la de Cuba, más allá de factores geoestratégicos y culturales que están siempre presentes, ha sido precisamente la debilitación de la competencia derivada de la estatalización del sistema empresarial. El Estado puede sostener grandes empresas que alcancen altos niveles tecnológicos vinculando dichas empresas a importantes centros de investigación relacionados fundamentalmente con temas de seguridad y defensa, y a universidades de élite que se van conectando con la aparición de oligopolios. En eso ha sido líder Estados Unidos. Durante algún tiempo la URSS pareció poder rivalizar con Estados Unidos porque efectivamente logró vincular grandes empresas con su sistema de investigación. Sin embargo, al tratarse de empresas estatales la conexión del sistema público de educación superior e investigación con esas empresas se hizo progresivamente ineficaz. En Estados Unidos, por el contrario, al tratarse de empresas de capital privado tenían que competir entre sí para beneficiarse de dicha conexión con el sistema público.
China ha establecido un sistema empresarial mixto en el que incluso las empresas estatales han ido teniendo sucesivas reformas para darles mayor autonomía y abrir mayores posibilidades a la participación de capital privado. Existe de todos modos un temor a que se pierda el control, sobre todo en empresas de sectores considerados estratégicos. De ahí que la regulación de los diferentes sectores y la tipología de empresas tenga una especial complejidad. Sin entrar a describir los tipos de empresa y su distinta regulación, que requeriría un análisis específico, es importante señalar alguna cuestión al respecto. Las grandes empresas, la mayoría estatales, tienen un peso en la economía china superior al que suelen tener en otros países. Sin embargo, su papel tiene mayor relevancia desde un punto de vista estratégico que estrictamente económico. El rendimiento promedio de las empresas estatales es muy inferior al de las empresas privadas, sus beneficios respecto a activos distan mucho entre sí.
Más allá de lo más visible, que en todos los países son las grandes empresas, es el tejido de pequeña y mediana empresa la clave de la potencialidad de una economía a medio y largo plazo. Son estas empresas las que conforman los cimientos de cualquier economía. Como ocurre en cualquier organismo vivo, donde constantemente hay una constante destrucción y creación de nuevas células, en el tejido económico es vital la renovación empresarial impulsando en lo posible su constante mejora. Así se ha señalado en una reciente reunión del World Economic Forum (Devos y Chatti, 2023). También en Keun y Shanji (2015) se destaca el papel de las pequeñas y medianas empresas en el crecimiento económico de China.
El creciente poder económico de China no implica que sea una economía y una sociedad sin problemas y tensiones. Como en la economía de cualquier otro país existen dificultades y retos que superar. La mayoría de los países han experimentado la aparición de ciertos desequilibrios, aunque con ciertas diferencias y distinta intensidad, conforme su economía ha ido creciendo y se ha elevado el nivel de vida de la población. En la medida que los mercados tienden a concentrarse y se reduce la competencia surgen desigualdades de renta, así como frenos y desajustes en el mercado de trabajo.
El Gobierno chino, atento a estos desequilibrios, ha hecho un importante esfuerzo por promover la competencia mejorando la regulación de los mercados y desarrollando una política social que palie las desigualdades y sostenga el nivel de vida de los menos favorecidos. No obstante, en muchos sectores la competencia tiende a restringirse y se produce un distanciamiento entre los requerimientos de la demanda de trabajo y la oferta de trabajo disponible. La tasa de desempleo juvenil se está elevando, reflejo de dicho desajuste entre oferta y demanda que tiene mucho que ver con la estructura de su sistema educativo donde la formación estrictamente profesional no ha logrado una buena configuración. A su vez China afronta otra serie de problemas comunes a otros muchos países como son los derivados de la contaminación, el envejecimiento de la población y los desequilibrios territoriales. También en todos esos campos se está realizando un importante esfuerzo, pero en muchos aspectos, como los vinculados al cambio climático, las soluciones desbordan el marco estrictamente nacional.
3. Geopolítica y estrategia internacional china
Existe un creciente convencimiento de que el cambio climático y sus consecuencias medioambientales se deben a las formas de vida que el hombre ha creado y se han impuesto a escala global. A pesar de que se considera que esa es la principal amenaza para la supervivencia humana, pues acarrea desequilibrios que generan fenómenos cada vez más difíciles de controlar, sigue sin plantearse una senda para una gobernanza mundial que impulse cambios en los hábitos cotidianos y formas de organización social, subyacentes al deterioro del medio ambiente.
Las instituciones y foros internacionales liderados por el bloque occidental y respaldados por la Organización de Naciones Unidas, han plasmado sus objetivos en la denominada Agenda 2030, que se concreta en los 17 “Objetivos de Desarrollo Sostenible”. China ha suscrito dicha Agenda y ha participado y refrendado los acuerdos que bajo el patrocinio de la ONU se han establecido. Sin embargo, los avances en ese sentido han sido escasos.
Hacer efectivos esos acuerdos y objetivos requiere movilizar recursos e implicar no sólo a los Gobiernos de la mayoría de los países del mundo, sino también a sus sociedades civiles. China ha planteado desde esa perspectiva una Iniciativa de Seguridad Global (GSI), presentada en el Foro de Boao para Asia el 21 de abril de 2022, actualizada con la publicación del “Documento Conceptual de la Iniciativa para la Seguridad Global” el 22 de febrero de 2023. Esta iniciativa complementa la iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de 2013 y la Iniciativa de Desarrollo Global (GDI) de 2021. Más recientemente se ha planteado una nueva iniciativa, “Iniciativa para una Civilización Global”, presentada por el presidente chino en marzo de 2023. Ésta pone a la cultura en el centro de la creación de valores compartidos.
Las iniciativas chinas han recibido fuertes críticas desde distintos ámbitos occidentales. Sobre todo insisten en que, más allá de las buenas palabras, China está asentando su poder a escala mundial haciendo dependientes a la mayoría de los países que de un modo u otro se incorporan a dichas iniciativas. Esta afirmación ha ido acompañada de una serie de medidas encaminadas a reforzar las instituciones internacionales actualmente vigentes bajo el liderazgo hegemónico de Estados Unidos, desde la OTAN a los organismos económicos de alcance mundial. También se ha tratado de revitalizar organismos y acuerdos de ámbito regional en los cinco continentes, y a primar reuniones informales como las del G7 o el club Bidelberg, donde no participa China, frente al G20 en donde está presente. Uno de los argumentos más recurrentes para cuestionar la pretendida intención china de favorecer organismos multilaterales y contribuir al desarrollo de los países más desfavorecidos es que las redes internacionales que está creando dependen de la hegemonía china y que las ayudas y préstamos que está implementando generan igualmente una dependencia económica y, en última instancia, política de China.
Ciertamente se da un cierto grado de dependencia, como de otro modo y en otro contexto se ha venido dando respecto a los Estados Unidos. Como principal potencia económica, Estados Unidos tiene un amplio control del sistema monetario internacional acordado en Bretton Woods, asociado a la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, además de otras instituciones como la OCDE; y fuera del ámbito económico con la OTAN y la propia Organización de Naciones Unidas. Conviene además recordar que la pugna entre la antigua URSS y Estados Unidos estaba polarizada ideológicamente por la pretensión de extender sus respectivos modelos a todo el mundo, el “proletarios de todo el mundo uníos” frente al “American Way of Life”.
China mantiene que no pretende exportar ningún modelo y apuesta por la creación de organismos multilaterales. Habría pues que intentar negociar con China la reordenación en la configuración de la gobernanza mundial. De lo contrario, se corre el riesgo de que China siga estableciendo lentamente organismos paralelos que transformen de hecho dicha gobernanza; y, en el peor de los escenarios, que se consoliden dos bloques paralelos. Más allá de que se pudiese llegar a un enfrentamiento bélico, esto impediría afrontar los retos comunes que nos afectan.
En otro plano y ya a escala nacional y de empresas, evitar la dependencia de China exige hacer un esfuerzo propio de innovación y bajo esa premisa negociar las condiciones de relación y cooperación mutua. No se puede demonizar a China porque se produzcan situaciones de déficit comercial o endeudamiento. Así ocurrió con la mayor parte de los países en sus relaciones comerciales con Estados Unidos. Alemania misma no consiguió tener superávit en su balanza comercial hasta 1991, a pesar de la condonación de buena parte de su deuda y de las ayudas recibidas para potenciar su industria.
La Unión Europea no puede desvincularse de Estados Unidos, pero necesita establecer una política exterior propia menos dependiente. De hecho buena parte de los problemas que amenazan a Europa, mediatizados por la invasión rusa de Ucrania y la situación de África y Latinoamérica que genera grandes incertidumbres, tienen que ver con esa cuestión. Al disolverse la URSS en diciembre de 1991, la entonces Comunidad Económica Europea, pronto convertida en 1993 en la Unión Europea, ignoró la necesidad de ayudar al área euroasiática y a Rusia en particular, bajo una serie de condiciones y premisas que probablemente, dada la debilidad de Rusia en ese momento, se hubiesen podido establecer. Por el contrario, la Unión Europea se limitó a iniciar un proceso de integración de los países limítrofes del este, como si eso pudiese constituir un cinturón defensivo eficaz y duradero frente al resto de la antigua URSS (Palacio, 2007).
Para China la Federación Rusa constituye más una rémora que una ventaja. Sabe, sin embargo, que, a pesar del atraso acumulado en la productividad de su economía durante la época soviética, es imposible ignorar al país con gran diferencia más extenso del mundo (conviene recordar que Rusia tiene algo más de 17 millones de kilómetros cuadrados y que los países que le siguen, Canadá, Estados Unidos y China no llegan a los 10 millones). Aunque sólo fuese por esa razón, si bien no conviene olvidar que tiene una población en torno a los 145 millones de habitantes y que la cultura rusa ha sido parte esencial de la cultura europea, no es posible que ningún país y menos aún la Unión Europea se desvincule de Rusia.
La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, precedida de la pretendida anexión de Crimea en 2014, ha puesto de manifiesto la salida en falso que supuso la desintegración de la URSS y plantea un dilema a la Unión Europea, que hasta el momento de la invasión había ignorado prácticamente el problema. No cabe duda de la falta de legitimidad rusa para imponer por la fuerza la desmembración del territorio ucraniano, pero tampoco cabe convertir el enfrentamiento con Rusia en un elemento de confrontación con los países que mantienen una posición ambigua al respecto, y en particular con China. China no ha reconocido a Crimea, ni ha apoyado la invasión rusa de Ucrania, pero se niega a alinearse con Estados Unidos y la Unión Europea en dicho conflicto. En todo caso, es la más interesada en que se consiga un acuerdo de paz. No hay que olvidar que Rusia es parte integrante de los BRICS, lo que implica también a Brasil, India y Sudáfrica con Rusia; y que, en cualquier caso, el acuerdo que ponga fin a la guerra tendrá que ir acompañado de alguna alternativa en las relaciones de la Unión Europea con Rusia. De lo contrario se mantendría permanentemente un foco de inestabilidad no sólo con Rusia sino con buena parte del área euroasiática.
La iniciativa china más reciente sobre una civilización global, a la que se ha hecho referencia, tiene una trascendencia decisiva que nadie debe ignorar. En última instancia, más importancia aún que las cuestiones económicas, relacionadas con los mercados, y que las políticas, vinculadas a los Estados, tienen las relaciones sociales asociadas a las respectivas sociedades civiles, que se distinguen por sus diferentes culturas. El cientificismo y la tecnocracia dominantes hacen creer que la respuesta a los retos que tiene por delante la humanidad residen de forma preferente y prácticamente exclusiva en los adelantos científico-técnicos. Con ello se elude afrontar cambios en los hábitos de vida y las relaciones personales, inherentes a las estructuras sociales en las que se asienta toda la organización del mundo.
Es en el contraste entre diferentes culturas, derivado de los encuentros entre personas con creencias y formas de vida diferentes, como pueden irse encontrando alternativas a los retos que afronta la humanidad. El creciente individualismo, imperante en occidente y que afecta a la mayor parte del planeta, supone un progresivo empobrecimiento cultural. Destruye el sentido comunitario y la diversidad que son las condiciones que posibilitan una comunicación personal. No obstante, perviven culturas que en último término aparecen vinculadas a diferentes filosofías de vida o creencias religiosas. En el mundo oriental las principales referencias son el hinduismo, el budismo, el taoísmo y el confucionismo. En occidente, el cristianismo en sus diferentes grupos religiosos es el mayoritario. Y en medio, y con creciente influencia tanto en oriente como en occidente, está el Islam. El encuentro entre las personas de culturas diferentes resulta esencial.
Durante la etapa maoísta, en especial con la denominada “revolución cultural”, se debilitó la cultura tradicional china. Sin embargo, el confucionismo y en otro sentido el taoísmo y el budismo impregnan la actual cultura china e incluso están latentes en buena parte del pensamiento del propio Mao. Por su parte, en Europa y Estados Unidos el cristianismo, aunque ha perdido buena parte de su esencia, al hilo del triunfo del individualismo propio del “American way of life”, sigue aguijoneando las conciencias de muchos de sus ciudadanos, incluso si se niega cualquier sentido religioso. El encuentro y contraste entre la conciencia colectiva y el sentido del tiempo propios de la cultura china, y en particular del confucionismo, de un lado; y el sentido de lo comunitario y de la libertad personal de la cultura occidental, o más propiamente del cristianismo, de otro, puede ser decisivo para entender y abordar los problemas que actualmente nos amenazan.
En la otra gran influencia en la cultura china, la filosofía denominada como legalismo, al contrastarse con la concepción de la legalidad en occidente, pueden encontrarse respuestas a lo que con frecuencia polariza en exceso el debate hacia lo político. En el legalismo, condicionado por la experiencia china de guerras civiles que han generado inestabilidad y debilitado el peso e influencia de China, la estabilidad y el consecuente respeto al Gobierno se convierten en lo más valorado por la mayoría de los chinos. La legalidad en occidente prima el respeto a los derechos de la Sociedad Civil, aunque esto complique la estabilidad de los Gobiernos. En torno a estas cuestiones es donde las críticas a China son más intensas y frecuentes.
La calificación del régimen chino como dictatorial, salpicada de denuncias sobre el trato a los uigures y otras minorías, así como sobre cualquier elemento opositor, tiende a cortocircuitar cualquier diálogo o intento de entendimiento. Sobre todo porque China se siente agredida y argumenta que más que una cuestión de modelo político es de práctica o funcionamiento de los diferentes modelos. Pone como ejemplo la corrupción que corroe a buena parte de las instituciones políticas de occidente y la legitimación de Gobiernos, como el israelí o el de algunos Estados árabes, que violan la legalidad no sólo nacional sino internacional; por no irse más atrás y poner en evidencia los efectos todavía presentes de la colonización europea de África y Latinoamérica, la intervención unilateral en países como Irak o los no muy lejanos apoyos de Estados Unidos a golpes de Estado y dictaduras, sobre todo en Latinoamérica.
Detrás de todo ello está el debilitamiento de la Sociedad Civil en occidente, lastrada por el individualismo, mientras que en el mundo oriental y en China en particular hay signos de que la Sociedad Civil es más fuerte de lo que normalmente se cree. Por eso, aunque el debate tiende a centrarse en el ámbito jurídico-político propio de la configuración del Estado, y en el económico, concerniente principalmente al funcionamiento de los mercados, debe incorporarse e incluso dar prioridad a los valores y creencias compartidos que conforman la Sociedad Civil. La cultura de cualquier sociedad está influenciada por esos valores y creencias compartidas, latentes en todas las esferas de la vida social, incluida la económica y la política.
No debe extrañarnos que Stuart Mill (1978), en su principal obra económica señale:”Una constitución democrática que no se apoye sobre instituciones democráticas en sus detalles, sino que se limite al gobierno central, no sólo no es libertad política, sino que con frecuencia crea un espíritu que es precisamente el opuesto, llevando hasta las capas más bajas de la sociedad el deseo y la ambición de dominio político. En algunos países lo que el pueblo desea es no ser tiranizado, pero en otros es que cada cual tenga iguales probabilidades de llegar a tiranizar. Por desgracia, este último estado de los deseos es tan natural a la humanidad como el primero, y en muchas situaciones de la misma humanidad civilizada es donde hay más ejemplos. Los deseos del pueblo tenderán a rechazar la opresión, más bien que a oprimir, en proporción a como esté acostumbrado a dirigir sus asuntos mediante su intervención activa, en lugar de dejarlos al gobierno; mientras que las instituciones populares no inculcan en el pueblo el deseo de libertad, sino un apetito insaciable de honores y poder, en la medida en que toda la iniciativa y la dirección reside en el gobierno y que los individuos sienten y actúan bajo una constante tutela, apartando la inteligencia y la actividad del país de los asuntos que más le importan para dedicarlos a la mezquina competencia por los provechos egoístas y las pequeñas vanidades de los cargos oficiales”.
Es evidente que Stuart Mill está pensando en su propio país, Inglaterra, paradigma de los posteriores sistemas democráticos. No se trata sólo de la democracia interna de los propios partidos, sino del conjunto de instituciones de cada país. Lo que en definitiva remite a la cultura de los países y sus respectivas Sociedades Civiles. La afirmación de Stuart Mill puede ayudar a llevar el debate sobre la democracia más allá del ámbito puramente electoral y partidista, dejando de lado una pretendida superioridad moral de los sistemas políticos occidentales.
4. A modo de resumen, una reflexión final.
La mayoría de los debates de alcance global acaban remitiendo a China como nuevo actor geoestratégico con el que es necesario contar. No obstante, tiende a imponerse una visión de China como amenaza para occidente, visión que se ha agudizado en los últimos años a raíz de la pandemia y de la invasión rusa de Ucrania. Asistimos así a una contradicción creciente al tratar de descalificar a China. Su éxito económico se ha debido a la liberalización que ha propiciado su integración en las instituciones y circuitos económicos hasta entonces regulados por el mundo occidental. China ha sabido ver que la clave de la competencia en una fase que se distingue por la integración del propio proceso de producción a escala global (la fábrica global o globalización) reside en el conocimiento que permite aprovechar la información y mejorar la capacidad de innovación propia. La reacción que trata de frenar el avance de China se ha traducido en la imposición de barreras proteccionistas. Se niega así lo que ha sido una divisa del progreso encabezado por occidente que, escarmentado en sus propias carnes por las reacciones proteccionistas desde finales del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, hizo de la liberalización económica su principal bandera.
No cabe duda de que la creciente concentración del capital a escala mundial refleja un debilitamiento de la competencia en numerosos mercados. El reto es regular mejor para fomentar la competencia a todos los niveles, fortaleciendo el papel de las pequeñas y medianas empresas en vez de recaer en prácticas proteccionistas. China tiene un papel destacado en la producción de bienes de alta tecnología y bienes intermedios. Frenar la competencia a escala mundial no va a evitar lo que China ya ha conseguido. Se trata más bien de aumentar la competencia, que no consiste en eliminar al rival sino en buscar nuevas formas de cooperación que permitan encontrar nuevas soluciones a los restos comunes a los que todos nos enfrentamos. Buscar juntos (“seek together”) es como se define la competencia en el mundo empresarial, aunque como decía Keynes con frecuencia los empresarios se reúnen para ver la forma de restringir la competencia.
Existe un acuerdo respecto a que el protagonismo de China se debe, fundamentalmente, a su creciente poder económico. Sin embargo, eso se asocia al régimen político chino que ha propiciado que las empresas estatales tengan un peso muy superior al de otros países. Si esa fuese la clave del éxito económico chino no habrían proliferado las pequeñas y medianas empresas que constituyen el cimiento de cualquier economía. Lo que sí es cierto es que China preocupada por no perder el control de sectores considerados estratégicos ha hecho un esfuerzo por liderar la innovación en esos terrenos, las tecnologías relacionadas con la comunicación digital, la salud y el medio ambiente. Para mantener la capacidad de innovación ha ido reformando la estructura y gestión de las empresas estatales, posibilitando una mayor autonomía en su gestión. A su vez ha propiciado un mayor protagonismo del capital privado y de la pequeña y mediana empresa en particular.
La incógnita principal es cuál será la evolución del régimen político conforme el nivel de vida de la población alcance cotas cada vez más altas. Y esto a su vez remite a cuestiones culturales que afectan al valor que se concede a la riqueza, al nivel de tolerancia respecto a las desigualdades y a aspectos de la vida cotidiana como la salud, la seguridad y la convivencia familiar y vecinal. Es difícil que el sentido de lo colectivo y del tiempo, muy arraigado en la cultura oriental, derive hacia el individualismo y la falta de perspectiva respecto a lo temporal. Sin embargo, dicho sentido puede corromperse fácilmente si no se apoya en la libertad personal que madura en los ámbitos comunitarios (familia y comunidades basadas en intereses compartidos) y en un compromiso activo que evite que la perspectiva de largo plazo se transforme en pasividad.
Las iniciativas chinas en los ámbitos económico (ruta y franja de la seda), económico-político (iniciativa de desarrollo global), político (iniciativa de seguridad global) y sociocultural (iniciativa de civilización global) deben aprovecharse para entablar un debate a escala mundial sobre la reorganización del sistema económico y sus instituciones, así como de los organismos y sistemas políticos. Y en la base de todo ello un necesario encuentro entre personas de diferentes culturas que ayuden a decantar el sentido de la existencia y las relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza.
REFERENCIAS QUE APARECEN EN EL TEXTO
Devon y Chatti (2023): J. Devos and S. K. Chatti, “3 lessons from China on how to create strong and sustainable SMEs and mid-sized”, World Economic Forum
Keun y Shanji (2015): Keun Lee y Shanji Xin, “Firm size and economic growth”, Journal of International and area studies, volumen 23, nº 1, pp. 93-112
Machovec (1995): Frank M. Machovec, Perfect competition and the transformation of economics, Routledge, London & New York, 1995, p. 280. El texto original de la cita, transcribiendo el párrafo completo, es: "From a neoclassical perspective technology transfer is a legitimate route to higher GPD via upward shifts in mechanical production functions operating in an environment unaffected by Hayek´s division-of-knowledge problem. However, without competitive institutions to diffuse new methods and to guide adaptation to change, imported technology will be a costly mistake"
Palacio (2007), J. I. Palacio, “Europa en la globalización: puntos fuertes y débiles”, Papeles del Este, nº 14, pp. 1-23
Stuart Mill (1978): John Stuart Mill, Principios de Economía Política. Con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social, Fondo de Cultura Económica. México, 1978 ( la cita en página 812). Primera edición en inglés, 1848; segunda edición en inglés, que es la última corregida por Mill, 1871; edición Ashley, en inglés, 1909.
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