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CALENTANDO MOTORES…

Por Nieves Campo

Publicado el 22/04/2024



La fijación de un objetivo de crecimiento del entorno del 5% para 2024 por parte de las autoridades chinas fue considerado muy ambicioso, tom­ándose con mucho escepticismo por los mercados de capitales. Pero el 5,3% de incremento del PIB interanual publicado el pasado 16 de abril, nos muestra que podría cumplirse, y más rápido que lo esperado.

En los últimos años, China ha cambiado en profundidad su estrategia económica, pasando de depender principalmente de su mercado inmobiliario y de la creación de deuda a un enfoque de más calidad en torno al consumo y producción industrial. Este cambio no está siendo fácil. Factores como la pandemia, con un confinamiento mucho más largo que en el resto del mundo, tensiones geopolíticas internacionales, así como una alta inversión en sector manufacturero sin una demanda que lo sustentara, han empujado los precios a la baja.


Si miramos los componentes del PIB, el crecimiento de la producción manufacturera creció un 6,7%, en comparación al año anterior, lo que es incluso más de lo que creció la economía en media. En el sector manufacturero de alta tecnología este dato es aún mejor, un 7,5%. Estos números están en consonancia con los deseos, y esfuerzos, manifestados por las autoridades chinas, y reflejados en su último plan quinquenal, dónde se expresaba la intención de detener la caída del sector industrial en el PIB. También están en línea con el compromiso de buscar “nuevas fuerzas productivas”, desarrollando un sector manufacturero autónomo, desarrollado y sofisticado tecnológicamente.

Como era de esperar, tras el aumento post confinamiento en 2023, los datos de consumo interno no crecen con la misma fuerza, con unas ventas minoristas cayendo un 3,1% interanual. Se sigue dependiendo, pues, de los compradores extranjeros: las exportaciones del primer trimestre en comparación con el año anterior crecen un 14%, apoyados por la caída de precios y una moneda más competitiva en el entorno internacional.


 Uno de los principales lastres para el crecimiento es el mercado inmobiliario, que aún no ha tocado fondo. En el primer trimestre del año la inversión inmobiliaria sigue arrojando un crecimiento negativo, -9,5%, con inventarios de viviendas creciendo y ventas de propiedades residenciales de nueva construcción contrayéndose fuertemente (30,7% interanual). El mercado secundario residencial veía como caían los precios en 69 de las 70 principales ciudades. No es de extrañar que la confianza del consumidor chino siga siendo baja y el sentimiento del inversor no termine de darse la vuelta. Si miramos los motivos detrás de esta profunda crisis inmobiliaria, no son distintos a los que tuvimos en España en 2008, como en otras partes del mundo: unos precios que subieron a niveles en los que no eran alcanzables por la renta de los hogares: el precio de la vivienda media china ha llegado a ser 12 veces la renta bruta media. El apoyo del gobierno, a través de la banca pública que continúa financiando a las inmobiliarias, así como programas de viviendas sociales asequibles, está detrás de que el sector no haya colapsado. La debilidad del mercado inmobiliario también ha empujado los precios a la baja en otros sectores relacionados de la economía, como materiales de construcción y acondicionamiento (mobiliario, electrodomésticos).


Estas caídas de precios, que por una parte han mantenido la competitividad de la economía China frente al exterior, reflejándose en unas fuertes exportaciones, podrían acabar siendo un problema. Una deflación persistente acabaría erosionando demasiado los ingresos, lo que produciría problemas en el pago de las deudas. Las empresas se verían forzadas a reducir los salarios, incidiendo negativamente en la confianza del consumidor, y por tanto en el gasto y en el crecimiento. Es un arma de doble filo que, no vigilada convenientemente, podría transformar una desaceleración en una profunda crisis. El deflactor del PIB, medida de cambios de precios de bienes y servicios producidos (a diferencia del IPC, que mide los cambios en los precios de bienes y servicios consumidos), ha caído por cuatro trimestres consecutivos, algo que no había ocurrido en los últimos 25 años.


Buenas noticias, pues, para la evolución de la economía china, que entra en la senda de crecimiento esperada por sus autoridades, y antes de lo esperado. Pero no podemos olvidarnos de sus principales amenazas: mercado inmobiliario y deflación. Continuarán siendo caballo de batalla para sus líderes y de su control depende el que el crecimiento publicado sea solo un espejismo o se consolide.


Por otra parte, el papel de China en el mundo está cambiando. Ya no es simplemente el fabricante de productos de bajo valor añadido, donde occidente conseguía mano de obra barata. La importancia de China en las cadenas de suministro internacionales ha quedado patente en los últimos años. La inversión de China ha sido estratégica en tecnologías disruptivas, IA, movilidad sostenible… dándole un posicionamiento en innovación mucho mejor que el que cabría esperar de un país con su renta per cápita, como muestra. No cabe duda China será actor principal en la próxima revolución industrial.

 

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