FIN
Actualizado: 16 ene
Por Julio Ceballos*
Artículo publicado el 17/05/2023
Disfrutar de derechos humanos
está muy relacionado con tener agua y con poder poner el aire acondicionado.
No se está hablando lo suficiente del discurso que, tal vez, haga que Emmanuelle Macron pase a la historia. El presidente galo ha transitado, en apenas un par de días, del optimismo buenista a personificar al mismísimo Nostradamus anunciando el apocalipsis. El mensajero de esta aciaga profecía no se ha caracterizado, precisamente, por ser un presidente redistributivo durante su primer mandato, pero olvidemos por un momento al pregonero pues, al fin y al cabo, lo importante en este caso es el propio mensaje. Y es que, Macron está en lo cierto.
Se cierne sobre nosotros una espiral inflacionista (escalable hasta el 18%) que Europa no ha conocido desde la crisis del petróleo en los años 70 y donde el precio del dinero puede alcanzar el 4%. A esto hay que añadir sequías insólitas, incendios masivos y calor extremo seguido de tormentas catastróficas y lluvias torrenciales. Macron ha sido lapidario: “cada crisis es peor que la anterior”. No, las cosas no van a mejorar por sí solas. Al contrario, van a empeorar. Incluso si durante las dos próximas décadas lo hiciésemos todo bien, el tren de los acontecimientos no puede frenar en seco. Apagar las luces de los escaparates, darnos duchas cortas, compartir coche, subir el termostato del aire acondicionado o quitarnos la corbata, ayuda, pero no mueve en exceso la aguja. Alguien tenía que decirlo y el tono épico empleado por Macron en su discurso lo exigía la audiencia a la que se dirigía: no es a Francia a quien le hablaba, sino al mundo. Su advertencia lo es para todos los que quieran escuchar. Con estudiadísima estrategia Macron se ha convertido en el político del primer mundo (en activo) que primero ha dado la voz de alarma sobre el “cambio de era” que se avecina: el fin de la abundancia, el fin de las certezas y el fin de la despreocupación. El final, en fin, de todo un estilo de vida. Suena conminatorio y lo es, aunque los millones a los que, sin haber conocido nunca la abundancia, se les niega anticipadamente entienden bien que este ni es el fin de la abundancia de todo, ni para todos.
Macron habla de abundancia cuando debería hablar de sobreabundancia, pues la actual es una abundancia excesiva, mal repartida y, además, ficticia porque ni siquiera es nuestra. De ahí que Macron recuerde lo obvio: no hay la liquidez sin coste. Si, por ejemplo, toda la riqueza de nuestro país (el equivalente al salario medio de toda la población activa) se dedicase a saldar la deuda pública nacional, cada español debería trabajar durante 435 días. Por eso, Macron no estaba hablando (sólo) de un invierno con recortes energéticos, hiperinflación y recesión. Hemos entrado de golpe en el invierno pues no siempre hay una solución para todo: existen serias dudas de que Europa pueda encontrar una alternativa a los hidrocarburos rusos (y a los hidrocarburos en general) que le permita mantenerse competitiva y le conceda autonomía energética. Este mismo año se celebra, en mitad del desierto, un mundial de fútbol en estadios climatizados. La abundancia tal vez tenga fin, el cinismo no.
Rodeado de los oropeles elíseos, Macron presagia una gran convulsión. Un cambio radical. Una toma de conciencia drástica: ni los recursos son inagotables, ni la guerra es evitable, ni la democracia triunfará siempre. Diciendo esto, Macron está preparando a quien quiera escucharle (francés o no) para una guerra pues el cambio de estilo de vida y de liderazgo geoestratégico que supone para Occidente el fin del orden mundial actual, no va a ser pacífico. Lo que Macron, en el fondo, está diciendo -con esa manera elegante de decir las cosas que la lengua de Baudelaire y Proust permite- es que nos abismamos a un futuro en el que está en peligro la mera coexistencia pacífica en este planeta, pues nadie está dispuesto a renunciar a nada, aunque es justamente eso lo que se precisa: una ineludible sobriedad en nuestra forma de vida. Un reseteo estructural que nadie va a hacer voluntariamente. Pero eso significa empobrecimiento pues equiparamos desarrollo y crecimiento económico a consumo energético. De ahí el “precio de la libertad” del que habla Macron: disfrutar de derechos humanos está muy relacionado con tener agua y con poder poner el aire acondicionado. La democracia no va a salir inevitablemente victoriosa como una inmutable ley de la naturaleza.
Nos hemos acostumbrado a que los problemas, las crisis o las modas, sean pasajeras y pasen. Pero lo que Macron está haciendo es gestionar expectativas a largo plazo pues estas crisis vienen para quedarse. La cadena de suministro global está cogida con alfileres, el calentamiento global no va a dar tregua y el río de la Historia fluye hacia Oriente. Estos son los “trending topics” que vamos a tener de por vida. No es nada nuevo. Ya lo cantaba R.E.M. en 1987: “es el fin del mundo tal y como lo conocemos”. Ya se atisba. El túnel al final de la luz.
*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.
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